En un pueblo vivía un joven pastor de ovejas, un día lamentándose por la pérdida de sus 3 pequeñas ovejas, él las vio nacer, las cuidaba y procuraba darles toda la atención, sin embargo, no se sabe cómo, éstas se perdieron en un santiamén.
Rápidamente, buscó por todo lado y no encontrándolas se fue a guardar las demás. Regresó al prado y busca que te busca, recorrió de arriba hacia abajo todo el lugar, pero no había nada.
Ya triste y preocupado se fue a lo alto de una colina de donde podía divisar todo el lugar, entonces, ¡oh! maravilla le pareció verlas no muy lejos de donde estaba.
Bajó a toda prisa, empezó a silbar, pero su silbido se disipaba con el viento en la inmensidad del campo. Se hacía de noche, tropezaba con ramas y piedras, caía en pequeños agujeros, temía no poder alcanzarlas y atraparlas.
Lentamente rodeó una gran roca y cuando las vio a unos pasos, las ató fuertemente con un lazo y las jaló con mucha fuerza hacia el refugio más cercano. Empezaba a llover, triste, por el susto que se pegó; hambriento y cansado por esta aventura, se puso a entonar una melodía que él mismo había compuesto mientras las buscaba.
Hay mis ovejitas,
lindas y gorditas,
el temible lobo comérselas quiere.
Vengan mis bellezas,
tiernas ovejitas,
el sol se ha ocultado,
la luna ha salido,
y pronto un gran aguacero caerá.
Hay mis ovejitas,
lindas y gorditas,
al prado mañana yo las llevaré.
Y mientras cantaba las ovejas balaban al ritmo de su canción, toda la tristeza desapareció, esa canción le acompañaba durante toda la búsqueda y en ningún momento pensó que no las encontraría.
Feliz por tenerlas con él a salvo, esperando que pase el temporal para volver a casa, en su mente iba creando otra canción que le reconfortaba y calmaba el hambre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario